MUJERES QUE CREAMOS Y SOÑAMOS - 1 AÑO

MUJERES QUE CREAMOS Y SOÑAMOS - 1 AÑO
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viernes, 26 de junio de 2009

MARIA LILIANA VARGAS - El País de Nunca Jamás

Con este nombre bautizaba mi amigo Gerardo (ya desaparecido hace años) a la República Argentina. Y es porque había decidido que según sus ideales, todo sería diferente. Realmente si me lo hubieran preguntado cuando era una adolescente, les habría contestado que pensaba morir en el mismísimo lugar, pero el destino me deparó algo muy diferente.
Nací en una ciudad llamada Rosario, en Santa Fe, Argentina y ahí mismo estudié mi licenciatura en Letras Clásicas. Cuando subió a la presidencia el Dr.Campora me invitaron a trabajar como alfabetizadoray así fue cuando conocí a mi actual esposo, que colaboraba en tareas sanitarias de un grupo de jóvenes con ideales y corazón quijotesco. De modo que sin haberlo determinado, tuve que salir del país con una criatura de un casi un año y otro en el vientre, debido a la persecución política que nos transformaría en “itinerantes “durante el resto de nuestras vidas. Lejos estaba yo de imaginar que treinta y pico de años después se nos pediría disculpas, de parte del estado argentino, en un asado organizado en la Embajada Argentina (Managua) un 24 de marzo.
Cuando salimos de nuestra patria no portábamos siquiera documentos legales, de manera que tuvimos que solicitar en Uruguay, el estatus de refugiados, ante las Naciones Unidas, lo cual demandó esperar durante casi un año, de manera que el segundo vástago viajó con un pasaporte oriental con sello que rezaba “Expulsado del país”. Por suerte en Estocolmo nos esperaba un país de hadas y juguetes para los nenes. Aunque yo estaba encantada de estar a salvo y trabajar en mi especialidad, mi esposo no compartía esa sensación y muy pronto se apuntó en una brigada que nos llevaría a Centroamérica.
Cuando llegamos cargábamos hasta pasta de dientes porque nos habían relatado acerca de la escasez y pobreza extrema en esta región. De hecho aunque había dificultades, se sorteaban con un espíritu sumamente gregario, y contra lo que se pudiera pensar en Nicaragua se admira al extranjero, mientras más lejano, mayor la admiración. Puedo confesar que nunca me he sentido discriminada ni maltratada entre esta gente atenta y divertida, que se acomoda a las desgracias y considera el tiempo como un elemento que no nos obliga ni marca, todo tiene su ritmo calmo y agradable.
Trabajé muchos años en la Universidad estatal mientras duraron los financiamientos como cooperación de Asdi que en ese tiempo se llamaba SIDA. Luego pasé unos años al Colegio sueco y finalmente otros tantos en la Universidad Católica.
Cuando hace doce años me surgió un tumor maligno en el seno izquierdo, corrí a operarme a Suecia, pero por un pequeño olvido no quitaron la cola de Spencer, donde nace la mama, de modo que hace dos años pretendiendo realizarme una plastia, apareció un nuevo tumor en lo que quedaba de la mama, debajo de la axila.
Por ignorancia en los aspectos laborales no pedí subsidio, de modo que ahora debo trabajar cinco años más para elevar el techo de mi salario para la jubilación nica.
Aclaro sin embargo que estoy feliz de haber sobrevivido y esperando retomar fuerzas para continuar al servicio de otras mujeres que no han tenido estas posibilidades.
No me quejo, cada uno se procura según sus opciones y propia voluntad.

miércoles, 24 de junio de 2009

SILVIA REGUEIRA CRAVIOTO - Artista Plástica

Nací en Montevideo, Uruguay. Se me concedió la gracia de ser Mujer, Madre, Maestra y Artista. Mis áreas de trabajo en la enseñanza son: Educación Física Biología, Español,Portugués, Danza y Artes Creativas. Mis lugares de trabajo han sido de los más variados, desde aulas escolares y universitarias, comedores fabriles, grandes gimnasios deportivos, estudios de danza, ateljés, la playa, a la sombra de un árbol, hasta en países lejanos y remotos. Creo que todos los lugares geográficos son buen escenario para aprender algo nuevo; lo más importante es que haya comunicación, interacción y reciprocidad entre mis alumnos y yo. Ambas partes tenemos algo para dar y recibir. Mi fórmula del éxito es una de las más sencillas: “ofrecer siempre lo mejor de si y esperar siempre lo mejor del otro”. He tenido la oportunidad de convivir diariamente cortas o largas horas de trabajo, con alumnos de las más variadas culturas y grupos sociales. Honestamente solo puedo decir que mi trabajo ha sido enriquecedor y gratificante.
Acerca de mis sueños ...
Creo que todos nacemos con un don innato, el de hacer el bien. Mi sueño, que optemos por hacerlo. Tengo la convicción de que el ser humano tiene un enorme fuerza interna e infinitas capacidades para construir un mundo justo, de bienestar y paz. Mi sueño, que lo construyamos juntos. Para mí las artes creativas son preponderantemente vitales para el desarrollo integral del ser humano y eso me ha llevado a estar involucrada en muchos proyectos culturales dentro y fuera de las aulas escolares. Mi sueño es que todos nos involucremos en tareas y proyectos similares porque... ¡Todos somos artistas! Entonces...¡Danza, pinta, canta, toca música por y para tí y todos nosotros!
Silvia fundó el jardín de pre-escolares Aspnäs para niños hispanohablantes, los grupos de danza para niños y jóvenes José Artigas y Los Horneros. Es Co-fundadora de la escuela de danzas SIBANA de Jarfalla. Fundó el grupo Rexterius, para organizar programas educacionales y eventos culturales.
Visitar: www.rexterius.com
www.gentemenuda.rexterius.com
www.ateljehjulet.rexterius.com

martes, 23 de junio de 2009

Cenicienta de mi vida - A mi hermosa hija Alicia Martha Claure

Quise escribir
las palabras más bellas de mi vida
sin buscar más destino
que dejarse llevar por la tinta
escribir por ejemplo
de la pintura celeste de tu cuarto
de las gaviotas que tragan ausencias
de tus muñecas que sueñan con la luna
de la calidez de tus frases cuando me hablas
en resumidas cuentas:
de ti, cenicienta de mi vida
que día a día inundas mi existencia
con melodías que animan mis sentidos

En esta hora de levante
de oleaje espumoso
que huele a hierba fresca
quiero gastar el tiempo
en tardes en que se toca casi el cielo
en días en que se sabe
que algo bueno ocurre a la Tierra

Por eso quise redactar
una carta que rompiese
el odio entre los pueblos
que inaugurase las leyes
que protegen a los niños
de tal manera que quién la leyese
quedase paralítico por varios días
que llorasen y riesen a la misma vez
como en el circo
cuando habla el payaso triste

Debería nombrar mis pasos
desde el momento
en que corté el cordón umbilical
y me regalaste el tiempo
con el reloj de tu pulso
amasijos del milagro dorado
que en mis quince abriles soñé
cuando tú; eras imaginación tierna y pura
bajo un cielo multicolor
y rituales inocentes
que llegaban a mi puerta

Yo estuve entonces
en la casa de la abuela
cazando mariposas, abejas negras y amarillas
subía al cerro a jugar con las piedras
y en la colina más alta
hacía fuego con tus manos
una gran colilla encendida
que alumbraba la ciudad en agosto

Mi querida ratonita de peluche
eres el verano, la libertad,
la lluvia que cae a las rosas,
a los limoneros y jacarandas
pluma pisada por un colibrí

Eres el aire que entra a mis pulmones
la llave de las paredes de mi corazón
de los pliegues de mi alma
la estrella del camino
contigo nazco nuevamente
a la vida bella y dolorosa
soy militante del universo
mis ojos son fuego
mis pómulos invencibles
cuando me crece la barba

Ayer es hoy día
rujo como trueno enfurecido
para romper la mentira
y zanjar la distancia
de este mundo equivocado

Te quiero tanto
que me duelen los huesos cuando suspiro
duele mi carne con tu carne
mis brazos crujen con los tuyos
en el instante
que tienden la cobarde emboscada

Si tú supieras
de mis cicatrices a flor de piel
de mis fracasos y progresos
si tú supieras
de mis viajes nocturnos
cuando te cubro con un beso
y te llevo en mi alfombra mágica
si tú supieras
que vivo contigo a mi lado
y te saco a pasear con mis pasos
si tú supieras
que los bosques me conversan de ti
y se me llena los oídos con fábulas de amor

Cuando sepas la verdad desdoblada
nos guiñaremos el ojo
como símbolo de triunfo
y en mi regazo me dirás
papá: he guardado acordes
que sonarán en el momento justo y necesario

Hace unos días
te compré un traje de Blanca Nieves
con lentejuelas plateadas
un anillo de corales para que luzcas
un sol de cobre para tu pelo
y quiero pedirte
que me envíes un dibujo
las golondrinas una estrofa
las azucenas puntos, comas, acentos
y con tu voz de muñequita porcelana
cuando los malhechores estén durmiendo
se convertirá este poema
en patrimonio de la humanidad.

Javier Claure Covarrubias nació en Oruro, Bolivia, en 1961. Es miembro del Pen-Club Internacional, de la Unión Nacional de Poetas y Escritores de Oruro (UNPE) y de la Sociedad de Escritores Suecos. Ejerce el periodismo cultural.Visitar:http://www.letras.s5.com/archivoclaure.htm

lunes, 22 de junio de 2009

ANTONELLA DOLCI - Académica Italiana - Tallarines con porotos en la Embajada

LOS PRIMEROS HUESPEDES
Llegamos entorno a las siete de la tarde a la reja que daba al gran parque de la residencia del Embajador de Italia, en Santiago de Chile. El guardiano, reconociendo mi amiga a la guía, una funcionaria del consulado, nos hizo pasar sin problemas. Tenia la niña, de tres meses, en el regazo, y un maletín en el maletero. Al linde de una escalerita que llevaba al subsuelo donde se encontraban las cocinas y los servicios, me recibieron mi companero, El Gordo, y otras seis o siete personas, los primeros “huéspedes”. En la pequeña cocina estaba puesta la mesa y había lentejas, algo que me tocaria volver a ver a menudo en los dos meses que iba a pasar allí. Trataba de comer mientras contaba las últimas noticias de afuera y trataba de impedir a la niña de agarrar los objetos sobre la mesa. “Pasame la niña” dijo Carmela, así puedes comer tranquila”. Carmela era una hermosísima brasileña alrededor de los cincuenta y con ella estaba también el hijo (que le hacía saltuarias visitas, descubrí despuès, desde la embajada sudamericana en la cual se había refugiado.) Los otros también, una familia con tres niñas, eran brasileros de origen italiano. Mano mano que la mancha de la dictadura se extendía sobre la America Latina, muchos uruguayos y brasileños se habían refugiado en Chile y se preparaban ahora a otros exilios.
TODO HABIA EMPEZADO 15 DIAS ANTES, EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973.
El despertador sonó temprano. Estábamos muy somnolientos, nos habiamos quedado hasta tarde escuchando la radio, siguiendo los últimos desesperados tentativos del presidente Allende de conjurar el golpe, golpeando la puerta de la Democracia Cristiana, que había quedado cerrada, pidiendo aseguraciones de lealtad hacia la constitución al general en jefe del ejército, Augusto Pinochet, que las habia dado (parece que así se usa: los golpes de estado no se anuncian…)
Ibamos a iniciar a dar los dos, El Gordo y yo, un curso en la universidad ese día. Yo, sobre la literatura italiana del Noveciento en el Pedagógico de la Universidad de Chile, El Gordo en la Facultad de Sociologia, sobre ”Los Problemas del Marxismo Contemporáneo ”(sic!). Habíamos puesto el despertador muy temprano, aúnque los cursos eran fijados para el fin de la mañana, ya que debíamos prever las colas para la gasolina que en aquellos dias tomaban tres/cuatros horas y al menos una o dos en las colas para privilegiados en las cuales había logrado meterme gracias a una tira”Embajada de Italia” que había pegado sobre la ventanilla del auto. En realidad tenía solamente un modesto contrato de empleada local en el Instituto Italiano de Cultura.
El tiempo que en los días anteriores habia estado bellísimo se habia nublado de improviso. Un fuerte viento agitaba las ramas florecidas de los duraznos en el jardín. Prendimos, como siempre, la radio. Algunas semanas antes, los poquísimos adherentes a la Unidad Popular en aquel barrio de villas y casaquintas en el Cajón del Maipo, un cajón que andaba estrechandose más y más man mano que se acercaba a la Argentina, habiamos decidido de tejer entre nosotros una red de información y de protección. Entre otra cosa, habíamos decidido de compartir en turnos la escucha de la radio. Sabiamos naturalmente que el golpe se acercaba y ciertos programas radiofónicos tenian palabras en código para anunciarlo. En la repartición de las horas, rigidamente igualitaria y sin ningún privilegio particular concedido al sexo y a la función de nodriza, a mí me habia tocado el horario entre las tres y las cinco de la manana: no muy práctico, ya que, a medianoche, tenía de toda manera que estar despierta para amamantar. Despuès de dos noches sin dormir, anuncié que interrumpiria la escucha: “Lo vamos a saber de toda manera cuando van a tocar la sólita marcha militar. De qué nos sirve saberlo una hora antes, encerrados en este cajón…”
Pero no era una marcha militar. Se oían zumbidos de aviones y la voz del Chicho (Allende):”…SOLO ACRIBILLANDOME A BALAZOS PODRAN IMPEDIR LA VOLUNTAD QUE ES HACER CUMPLIR EL PROGRAMA DEL PUEBLO (...) ESTAS SON MIS ULTIMAS PALABRAS ….”. Estaban bombardeando La Moneda, el Palacio presidencial. Nada que ver con el golpe a la peruana! Dos semanas antes me habia invitado a almorzar el Embajador de Italia junto con el nuevo enviado del diario L’Unità en Santiago, proveniente de La Habana. Hablamos de la situación política y del golpe que se acercaba inexorable. El embajador habia expresado un prudente optimismo.” Habrá un cambio en la cumbre, seguro, pero no creo en un golpe cruento. Los militares chilenos tienen una larga tradición de respecto a la constitución y por ende, para qué la derecha quisiera destruir su propia clase trabajadora, sus propias fábricas? Serà un golpe a la peruana…”
Empezamos, junto con los vecinos, el médico y su mujer, que habían corrido a casa nuestra despuès de haber escuchado ellos también las noticias, a discutir sobre lo que se debía hacer. Ninguno de nosotros tenia teléfono, había uno solo en la Hosteria Rio Maipo, a la orilla del rio Maipo, pero los propietarios no eran muy de confiar y probablemente comprometidos en el tráfico de coca. Con la radio encendida nos sentamos debajo del parrón frente a casa, florecido de jasmines y rosas pálidas.
EL CIELO ERA DE PLOMO, el viento habia parado. Habia un gran silencio en la naturaleza. Todos los olores y los colores familiares me parecían de alguna manera extraños, transformados. “Tengo una bolsa de porotos secos” aseguró Patricia que tenía tres niños y un solido apetito. “Podemos resistir hasta tres semanas sin comida…” En el Cajón del Maipo había un cuartel de carabineros en La Obra, a medio camino hacia Santiago. No sabíamos bien si constituyeran una protección o una amenaza. La amenaza más bien nos parecía venir de los vecinos, muchos de ellos pertenecientes a grupos de extrema derecha. El Gordo y yo decidimos de tratar de dejar el Cajón para irnos a Santiago. Antes de irnos, contemplamos nuestra vasta biblioteca, que se encontraba en su mayor parte en la construcción de vigas y vidrio llamada estudio y que estaba en el jardín, al lado de la casa, con una terraza desde la cual se contemplaba el escenario de la Cordillera. Además de libros de arte, novelas, poesias, estaban las obras completas de Marx y Engels, Lenin, Althusser, Hegel, Trotskj, Gramsci, Sartre, dos repisas sobre la revolución cubana, Debray, el Che, Mariguela….Si los libros son armas, eso era un arsenal. De esconder algo en vista del esperado allanamiento nos pareció empresa sin sentido. Dejamos todo como estaba (cuando despuès vinieron los militares a allanar, nosotros ya no estábamos, se llevaron solamente una edición de bolsillo del Kamasutra. Renunciaron a llevarse la literatura sediciosa, quizás porqué al momento no disponían de un camión).
DOS INTENTOS FRACASADOS
El Gordo quería, para nuestra seguridad, que yo probara a ir a Santiago en auto con la niña. Cuanto a él, si tenía que ser agarrado por los milicos, no quería entregarse desarmado. Teniamos en casa un fusil de caza y un revolver, los dos declarados. El Gordo con el revolver trataría de pasar la frontera argentina. A mi me parecia, con sus kilos de sobra y ningun conocimiento del terreno, una empresa muy aleatoria y confiaba más en la tira EMBAJADA DE ITALIA y en mi acento extranjero. Tenía además esa sensación profundamenta arraigada de impunidad que da el haber pertenecido desde el nacimiento al grupo de los privilegiados. El tenia un mejor conocimiento de los humores de los militares sudamericanos. El primer intento fue con el arma (escondida en el bolso de los pañales), el segundo sin arma, gracias a mis argumentaciones que el revolver, en la escena que me proponia, podia solo empeorar nuestra situación.
Nos “emperifollamos”, colocamos bien a la vista el cartel EMBAJADA DE ITALIA entre los limpiaparabrisa de mi Fiat Seiciento roja y nos fuimos. Allí donde el cajòn se abre hacia el valle y el camino para Santiago había un bloqueo de militares. Todos llevaban al cuello un panuelo anaranjado, creo, supe despuès, para distinguir a los leales o al menos informados de lo que estaba sucediendo. Un oficial nos pidió los documentos. Mostré los pasaportes, dije que, dados los “eventos”, habia sido convocada a la embajada de Italia con mi primo, el professor A. (estoy segura que mi pariente, muerto algunos años antes, habria apreciado esta ayuda postuma que me dió su pasaporte trafugado…). Pero el oficial quedó irremovible…. no se pasa.
Al segundo intento tratamos de pasar cerca del grupo donde no habían graduados. El soldadito en efecto, mirados nuestros documentos, gritó al oficial: Todo en orden. El ”verso”, esta vez, era que queriamos llegar a nuestra casa de Santiago antes del toque de queda, que había sido anunciado para las tres de la tarde. Ya estabamos al fin de la mañana. Desgraciadamente un vecino que venia en la dirección contraria nos saludó ruidosamente y con gran cordialidad y antes que el oficial viniera a preguntarnos porque queriamos ir a Santiago si teniamos casa en el Cajón, nos devolvimos.
LOS JAIVAS
Entretanto la vida se habia animado en nuestro barrio. Se presentó el grupo de los Jaivas, un grupo rock de éxito que vivia en una quinta cerca de la nuestra y que, para mejorar sus entradas agotadas por demasiados conciertos de solidariedad, hacía sandalias de cuero con suela de llantas de pneumáticos (todavía guardo un par, despuès de treinta anos y dos cambios de país). Querian, antes de tratar ellos también de salir del Cajón, que los ayudaramos a cortarse el pelo largo. Con el médico y su mujer examinamos la situación: la radio ahora alternaba a las marchas militares los nombres de subversivos que eran invitados a presentarse a las autoridades militares para esclarecer su situación. Había el nombre del Gordo.
Decidimos, o mejor dicho los hombres decidieron, que era oportuno ir a visitar al cabecilla del grupo de extrema derecha del barrio para ver qué intenciones tenian para con nosotros. Mientras las señoras nos recibian cordialmente, a Patricia y a mí, y nos ofrecian pastelitos y té comentando el riesgo de lluvia, en el estudio el doctor y El Gordo explicaron, en el mejor estilo del Far West, que estaban armados e intentaban defender a sus familias. Cuales eran las intenciones del dueño de casa y de sus amigos? Resultó que estaban más preocupados que nosotros, porque el cuartel de carabineros estaba muy lejos y temian una invasión de los pobres de la población callampa que se encontraba al otro lado del camino, hacia el monte, todos de la Unidad Popular, naturalmente. Ellos también, respondieron, defenderian con las armas a sus familias.
Volvimos a casa, con la vaga sensación de haber fornido una información preciosa al enemigo, y con la perspectiva que no nos quedaba nada más por hacer que esperar a los milicos. Ya faltaba solamente una hora al toque de queda. Finalmente, decidimos de partir nuevamente con la Seiciento roja, esta vez hacia la Cordillera. Habia una hosteria algunos kilometros mas adentro en el cajón, a la orilla del rio, donde se podian alquilar piezas para el week-end y que hacía una buena cocina local. La dueña era una simpática y cordial italiana con un cuerpo opulento y el pelo rojo.y nos conocia bien, habiamos ido a menudo allí, solos o con amigos.
Llegamos a las tres menos cinco, dijimos a la dueña que habiamos ido a almorzar en San José de Maipo, más adentro en el Cajón, cuando nos sorprendió el toque de queda y que queriamos dormir allí, para no correr riesgos. El cuento era un poco flojo: con nuestra casa a pocos kilómetros y el pais revuelto desde las siete de la mañana, era dificil creer en nuestra repentina ansia de turismo gastronómico.
La duena olfateó posibles molestias y actuó de consecuencia. Le pedí que nos mandara una taza de té en la cabaña con terraza que daba al rio.
SOSPECHOSA POR SER EXTRANJERA
Nos disponiamos, El Gordo a descansar un poco y yo a amamantar, cuando oimos golpes violentos en la puerta. No parecia la empleadita con el té, nos miramos en silencio. Entraron un suboficial y algunos soldados apuntandonos con las armas. No sabían bien qué buscar. Las listas de los buscados eran demasiado largas para que la recordaran de memoria. La sospechosa resulté ser yo porqué habia orden de extrema desconfianza hacia los extranjeros llegados a Chile en los últimos meses. En febrero había ido a Italia y estaba el timbre en el pasaporte. La desconfianza naturalmente estaba dirigida a los militantes de izquierda sudamericanos pero estos soldaditos no sabían mucho de geografia. Con una profusión de erre francesa, de la importancia de mi presencia en la embajada y de “Cuando vamos a podernos ir, capitán?” (es bueno siempre aumentar el grado) logré convencerlos de nuestra innocuidad. Pidieron solamente al Gordo de acompañarlos afuera para mostrar los documentos del auto que habiamos dejado en la guantera. El Gordo no volvía y empezé a preocuparme. Me había acordado en efecto que durante el ”trae y deja” a propósito del arma nos habiamos olvidado de sacar las balas, junto con el revolver, de la bolsa de los pañales sucios. Bloqueé con una silla el borde de nuestra cama donde la niña dormia y fuí a la hosteria. El auto estaba afuera. El Gordo estaba mirando la television (una raridad en aquellos años en Chile, nosotros no la teniamos). La sala estaba llena de huéspedes. La dueña, ya tranquilizada, fué super amable con nosotros.
Un speaker anunció:”….el cadaver del señor Allende ha sido encontrado en la Moneda”. Sin pensarlo, nos levantamos de pié, El Gordo y yo, en silencio. La dueña y los huéspedes nos miraban, sentados, en silencio también.
TOQUE DE QUEDA Y EL TE DEUM
El toque de queda habia sido alargado hasta comprender todo el día siguiente. Sin teléfono, sin poder alejarnos, quedaban las noticias de la radio y de la televisión. Ya habia iniciado el retorcimiento de las palabras (subversivos, democracia autoritaria) y la grandilocuencia estaba en proporción inversa a la realidad sangrienta que enmascaraba. La perfección en la obscenidad se alcanzó algunos dias despuès, en el solemne Te Deum de agradecimiento en la Catedral de Santiago, que vimos en casa de amigos, oficiado por el cardenal Silva Enriquez y en presencia de los generales en jefe de las tres armas y, anunciava pomposo el speaker, de todos “los primeros mandatarios “ de Chile. Estaba Frei, estaba el viejo Alessandri. Faltaba solamente el presidente elegido y en función.
Para ir a Santiago el dia despuès era necesario un salvoconducto que otorgaban los carabineros de San José. La dueña que, dijo, conocia bien al coronel (no nos sorprendió) se ofreció de acompanar al Gordo, descartando mi tímida propuesta de ir yo en cambio. El Gordo volvió con un pase que nos permitía sin embargo solo de ir hacia Puente Alto. Allí teniamos que pedir al cuartel su prolongación hasta Santiago. Pasamos rapidamente por casa, por un nuevo cargo de pañales. A la hija de los vecinos que me ayudaba con la niña quando yo estaba en el trabajo, dije que ibamos una semana al sur, que cambiara las sábanas. No volvimos más. Pasado el bloque de control y llegados al cruce entre el camino para Santiago y él para Puente Alto, decidimos que una ulterior visita a un cuartel era desafiar la buena suerte y continuamos directo para Santiago. Una hora de auto, escandita por el zumbido de los helicópteros, por luces de incendios y ruidos de disparos en el fondo, hacia la cinta obrera.
CADAVERES FUERA DEL PEDAGOGICO
Frente a las rejas del Pedagógico, cerrado y vigilado por uniformados, habia dos cadaveres en el suelo, dos muchachos. Llegamos a casa del hermano del Gordo, en un barrio de villas, con todas casas enbanderadas. En frente estaba la casa del general en jefe de la aviación, Bonilla. Fue una visita muy breve para intercambiar noticias, pero allí no nos podíamos quedar. Cada movimiento del auto era registrado por las sentinelas de la casa del general. Un tercer hermano había pedido que el Gordo le llamara con urgencia para “analizar la situación”. Hay poco que analizar, cortó seco. El Gordo. (Supe más tarde que estaba bloqueado en casa porque había olvidado sus documentos el día antes del golpe en un gimnasio de karate y quería pedirme a mí que podia circular con el auto de irnos a buscar…) La cuñada, seguida por los cuatro hijitos, aparecía de vez en cuando para preguntar si no era mejor poner la bandera, para no ser la sola casa de la calle sin bandera. ”Ponga la bander mijita”, respondía él marido. Más tarde apareció para preguntar si no era mejor quitar la bandera, ”Saben que somos de la Unidad Popular, puede llamra la atención”. ”Quite la bandera mijita”, decía el marido resignado.
SENSACION DE IRREALIDAD Y EL MIEDO
Empezamos en hacer planes para los dias siguientes y a buscar un lugar para la noche. No fué facil. Creo que lo que caracteriza las situaciones excepcionales, las catástrofes, los golpes de estado, son la sensación de irrealidad y el miedo.
La sensación de irrealidad porque, durante un golpe de estado, todas las aparencias cambian signo: El tranquilo cuartel de carabineros puede ser una base de fascistas, la casa ya no es un refugio, el vecino puede ser una espia, la casa de los amigos puede ser una celada. Los derechos están suspendidos, el Parlamento está cerrado, la ciencia no tiene sentido, las escuelas y las universidades están cerradas. Todo parece igual y nada es como antes.
El miedo no necesariamente como su expresion física, el latido al corazón, el nudo al estómago, el sudor. El miedo como algo material, un aire pesado, mefítico, un viento que tuerce las caras, dobla las espaldas y da vuelta a ideas y razonamientos de modo que ya no se sabe si lo que se piensa, se cree, se planifica, es fruto de la reflexión o del miedo.
En los días que siguieron, y en aquella búsqueda de un lugar para dormir, vimos, de eso, varias manifestaciones. Abrian la puerta caras antes amistosas, ahora extrañamente inexpresivas. Ví pasar, en la avenida que bordeaba el Pedagógico, el profesor Sanchez, dirigente del Instituto de Idiomas Romanzos. Paré el auto para saludarle y le pregunté: Como está, professor? Palideció, se miró alreredor (la avenida estaba vacia) y me dijo después en voz muy alta, mientras los ojos le parpadeaban alreredor: “Como quiere que esté? Estoy muy bien, naturalmente, estoy muy bien…”. O algunos dias más tarde, de visita a casa de una cuñada que habia estado enferma. Apareció, dejando andar el motor del auto, un viejo amigo que le habia prestado, durante la convalescencia, una pequena televisión. "No te sirve más? La puedo retomar? Hola, hola…” y desapareció. Comentamos, anodonadas y divertidas al mismo tiempo su apuro que no le habia dejado nisiquiera el tiempo de preguntar noticias de sus más viejos amigos.
No todos fueron así, recuerdo la casa de nuestro amigo L., director de cine, que no solo se alegró muchísimo de verme, preguntó por todos y contó de todos, intercambiando conmigo informaciones sobre embajadas accesibles, sino que me comunicó inmediatamente, exultante, que apenas había oido del golpe, se había precipitado al Instituto fílmico, logrando así salvar todo el material de su film sobre la historia del movimiento obrero chileno, que realizó despuès en su exilio en Alemania. Para no hablar de la amiga italiana del Consulado, a la cual llamé con muchas precauciones porque no quería comprometerla. Ella habia tratado de alcanzarnos al Cajón pero no habia podido pasar los controles, y nos recibió en casa sin preocuparse de las posibles denuncias de los vecinos y de los daños que eso podia traer a su carrera.
Despuès de algunos dias apareció la solución mejor que El Gordo buscara refugio en la Embajada de Italia. Nuestra amiga encontraría como hacerlo entrar. Cuanto a mí, me quedaria afuera, dormiendo en casas seguras. Volveria al trabajo en el Instituto Italiano de Cultura y estudiariamos que posibilidades habían de quedarnos en Chile. Nos dimos cita cada noche a las siete a la reja del jardín de la embajada para intercambiar informaciones.
Entretanto habia empezado la “vuelta a a la normalidad”. En vez de las listas de los buscados se oían cada día en la radio llamados para reponer en marcha el país. Se nombraba un lugar de trabajo despuès del otro y se invitaba la gente a presentarse. Muchos lo hicieron y fueron inmediatamente detenidos y mandados al Estadio, donde habían agrupado todos los “sospechosos”. Otros buscaron refugio o sencillamente se quedaron en casa y despuès por meses quedaron esperando que los vinieran a buscar, casi envidiando los que ya lo habían vivido. En una de nuestras citas de la tarde frente a la reja (los primeros dias no había ninguna vigilancia) El Gordo me dijo que había entrado bastante en mal estado en la Embajada un colega del hermano y me pidiò de avisarle que no se presentara al trabajo. Que era una celada.
ME SORPRENDE EL TOQUE DE QUEDA CAMBIANDO NEUMATICO
El toque de queda aquella noche era a las nueve y me quedé hasta la nueve menos diez frente a la casa vacía de mi cuñado, hasta que apareciò y pude darle la informaciòn y escaparme. Iba a dormir aquella noche en una casa del Barrio Alto, del otro lado de la ciudad. Despuès de dos minutos se pinchò una rueda posterior. Bajé y empezé supernerviosa a cambiar el neumático, bien consciente que estar dando vuelta a la hora del toque de queda con una niña chica en un canasto podía parecer extraño, cuando apareciò una patrulla de militares. También esta vez, me salvò la erre francesa. Les pedì que me ayudaran a cambiar la rueda y me la cambiaron, recomendándome de llegar a casa lo más pronto posible.
Por varias semanas antes del golpe, en el diario conservador El Mercurio, habian parecido avisos de una página entera sobre las categorias profesionales que estaban en huelga contra el gobierno: los medicos, los abogados, los ingegneros. En las tiendas faltaba todo o casi todo. En particular habían desaparecido algunos géneros alimenticios como el azucar, la leche y el café en polvo, del cual los chilenos estaban extrañamente muy prendidos, los cigarillos, la carne. Pero se encontraban a precio módico pescados y mariscos, miel, insalada y fruta y, a mí personalmente, este régimen no me desagradaba. Más fastidiosa era la desaparición del algodón y de los pañales deshechables que me obligò a lavar y planchar los viejos pañales de tejido, lo que, aúnque poseía una plancha de viaje, me complicò un poco la vida en los días despuès del golpe.
Curiosamente, y con gran alegria de las dueñas de casa, todos estos géneros reaparecieron al improviso pocos días despuès del 11 de septiembre.
Había encontrado un empleo a mitad tiempo en el Instituto Italiano de Cultura, poco más de dos años antes, como empleada local. Daba clases de italiano por la tarde y de día hacía traducciones. Se había liberado un empleo y me lo propusieron. Tenía todos los títulos necesarios, examen universitario, habilitación para enseñanza, experiencia profesional pero creo además que el director hubiese considerado oportuno tener a alguien de izquierda entre sus colaboradores para ponerse en buena luz frente al nuevo gobierno, con el cual me atribuía relaciones mucho más estrechas de las que yo tenía en la realidad.
El director se enorgullecía del hecho que el budget del Instituto era uno de los más bajos del mundo, y no solamente, el Instituto de Santiago era el único que, a veces, hasta devolvía financiamientos no gastados. Nos lo repetía a menudo. Las actividades del Instituto reflejaban tal política. En los dos anos que trabajé allí, si la memoria no me engaña, recuerdo solo dos o tres conciertos de piano, ejecutados por una conocida del director. De exposiciones, reseñas, conferencias, ni hablar.
Lo que caracterizaba además al Instituto y sus empleados era una visión lo menos que se pueda decir restrictiva de la cultura: la Cultura era italiana y basta. Se trataba de suministrar gotas de este bien precioso a un pueblo salvaje. Por el arte, la música, la pintura, la arqueología chilena no existía el menor interés (figurarse por el laboratorio social constituido por el Chile de aquellos años), a menos que se tratara de personas que de alguna manera se esforzaran de elevarse a las alturas del arte italiano, cantantes de opera, por ejemplo.
Había una sola secretaria chilena que trabajaba en el Instituto. Era una bella senora rubia y precozmente abuela, de gran familia, enparentada con toda la aristocracia chilena con nombres de viñedos y prima del jefe del extremismo de derecha, Pablo Rodriguez, de Patria y Libertad. Era una mujer deliciosa y a pesar de nuestras evidentes diferencias nos acercaba un cierto parecido en los modales, el mismo tipo de sentido del humor y, creo, el comun amor para Chile, aún cuando no lograra entender mi simpatía para los indios mapuches (”…saben solo emborracharse y darse cuchillazos en las esquinas. No entiendo porque deberiamos ser orgullosos de ellos…” replicaba cuando yo celebraba su indomable defensa del sagrado rio Bio Bio contra los invasores españoles.). Fue la única, instuyendo mi situación, que me ofreciò de dormir en su casa, los días despuès del golpe. Acepté una noche su invitación y fue de una exquisita cortesía. Se ocupò también de la venta de mi Seiciento a un amigo suyo y que yo recibiera un compenso adecuado, que no se aprovechara de las circustancias.
El director era un hombrecido bajito y pingue, de modales afables quebrados por improvisos resortes de autoridad. Nos reunia a veces en su estudio para informaciones y para hablar un poco de sí. Sus simpatias ”nostálgicas”, aunque nunca claramente expresadas, eran evidentes y corroboradas por su rol de director, o de funcionario, no recuerdo, del Instituto Italiano de Cultura de Berlin durante la segunda guerra mundial.
A pesar de esto, desde cuando la izquierda estaba al gobierno en Chile, y en particular en mi presencia, hacía alusión con palabras encubiertas a un pasado suyo misterioso y heroico, en Alemania. Había apoyado una red de resistencia, había escondido un número tan elevado de judíos que le llamaban “La Pimpinela Escarlata”. Todos nosotros, a este anuncio, mirábamos fijo la pared de enfrente sin mover un múscolo. Lo que hacía bastante inverosimiles estas revelaciones, en efecto, más que sus simpatías, que seguramente no iban a la Rosa Blanca, era el hecho que el professor Rognoni, en cada gesto suyo, en cada atitud y decisión, traicionaba el sentimiento dominante de su personalidad que era la pusilanimidad.
Estaba siempre de acuerdo con la autoridad, con los superiores, con el más fuerte y eso le creaba ansias y conflictos cuando, como sucede, fuerza de caracter y cargo de mando no coincidían en la misma persona.
DE VUELTA AL INSTITUTO
Llegué al vetusto edificio que hospedaba el Instituto Italiano de Cultura en la calle Huérfanos a las nueve de la mañana, como siempre. En la entrada el portero, Brito, el unico simpatizante con la Unidad Popular en el edificio, me dirijo, la cara lívida, una timida sonrisa. Cuando llegué a mi escritorio las conversaciones de los colegas se apagaron. Me puse a hacer las traducciones acumuladas, sin que nadie me dirigiera la palabra, aúnque yo volvía al trabajo despuès de una semana de ausencia no anunciada. Aquella mañana, vinieron a verme algunos “primos” para tener noticias de nosotros, para saber si podían prestar el auto para transportar ”solamente tres cuadras…” a un compañero un poco ”pesado” o sencillamente para desahogarse un poco. Al tercer “primo” el director, evidentemente preocupado por el enancharse de mi familia, llamó a una reunión del personal. Nos sentamos todos en silencio en su estudio, con encima nuestros delantales celestes que nos habían sido impuestos algunos meses antes por razones no bien esclarecidas de “decoro” (siempre sospeché de toda manera que el objetivo fuera de esconder mis infracciones al taller de ordenanza). El director tosiò un poco y nos dirigiò aproximativamente estas palabras (estas también, con una única destinataria).
Ustedes están todos informados que en estos días en Chile se ha producido un gran cambio. Tos. Risita. El gobierno ha sido asumido por los militares. Naturalmente este es un instituto italiano y nosostros (recalcado con fuerza) no tenemos nada que ver con la política de este país. Fortissimo. "NOSOTROS NO NOS MEZCLAMOS EN LA POLITICA DE ESTE PAIS". Silencio de los presentes. Yo miro fijo una mancha en la pared. Pero, continúa, (en tono más de conversación), risita, se sabe que, cuando los militares mandan, las cosas van un poquito mas a tambor batiente, digamos, orden y disciplina son las consignas. Así que, de alguna manera, aquí también, un poco de militarización (risita, para hacernos entender que el mensaje es medio en serio y medio en broma) se necesita. Y despuès hace el elenco: ningún discurso de política, jamás, nada de comprometedor, nada que tenga que ver con la política en nuestros cajones (y a quién se le hubiera jamás ocurrido de hacerlo?). Habrán controles y perquisiciones SIN PREAVISO. Y el delantal, se complace que lo tengamos puesto hoy pero de ahora en adelante es obligatorio en permanencia y sin excepción. Tranquilizado por nuestro silencio dice: Hay alguien que quiere hacer alguna pregunta? se arriesga.
EN UN PAIS DONDE EN EL CUAL SE QUEMAN LOS LIBROS NO TIENE SENTIDO UN INSTITUTO DE CULTURA
Levanto la mano. Mi contrato termina en una decena de días, el 30 de septiembre, y hasta aquí se ha renovado año por año. He tomado hace un minuto la decisión de pedir que no se me renueve. Cuando tomé aquel día aquella decision, aún si en el fondo hasta allí no había todavía aceptado la inevitabilidad de tener que dejar el pais, creo fue el discurso del director a convencerme. Este hombre, movido por el miedo o por el deseo de quedar bien, era capaz de todo, pensé, hasta de mandar cartas anónimas, de denunciar. Lo hizo despuès probablemente, si fué él, como somos muchos en creer, que sugeriò mediante una carta anónima a los militares de allanar el departamento del hijo de la funcionaria del Consulado que nos había ayudado.
Comunico mi decisión. Visible alivio de todos los presentes, el profesor Rognoni casi me mira con cariño. Agrego, mirándole en los ojos: “En un país en el cual se queman los libros no tiene sentido, en mi opinión, un Instituto de Cultura”. Silencio general (quizás embarazado). Salimos ordenadamente, uno despuès del otro. Cuando por última paso delante de él, el director me susurra: ”Mire que yo la pienso como Usted…”.
REFUGIO EN LA EMBAJADA ITALIANA
Llegué a la Embajada en la última semana de septiembre. El primer pequeño grupo que se encontraba allí se había instalado, por indicación del funcionario de la Embajada, sobre camas de fortuna y camillas en los subsuelos de la residencia donde habían camerones, desvanes, cocinas.
Pocas horas despuès de mí había llegado una pequeña familia chilena. El joven papà, uno de aquellos que había creido a las invitaciones a la normalizaciòn, había sido detenido no apenas llegado a su lugar de trabajo, maltratado, sometido a fingida fusilación, y despuès descargado en la carretera desde un auto en carrera. Se había precipitado a casa donde su mujer que le esperaba con la comida lista y habían corrido los dos con el hijito de siete meses a la búsqueda de una embajada. La primera noche en el camerón éramos solo seis pero esta ganga no durò. A la niña le armamos una cama con cojines y varias frazadas en una caja de pasta apoyada sobre dos sillas.
La mañana siguiente vino un consejero de la embajada, escribiò nuestros nombres, tomò nota de nuestros cuentos y expresò el (fundado) temor que aumentara el número de los huéspedes. No era una situaciòn ideal para un funcionario: El embajador había debido partir algunos dias antes en Italia por graves motivos familiares, no existía ningún acuerdo de asilo entra Italia y Chile y las órdenes provenientes de Roma eran vagas y crípticas. Algo como No hechar a nadie/ No encorajar a nadie.
Había pero un telefono en la cocina que consentía llamados locales. Los primeros días, no había ninguna vigilancia de los militares alreredor del muro que circundaba el enorme parque de la residencia. Se habían en cambio preocupado de cerrar el acceso a todas las embajadas sudamericanas donde había tratado de refugiarse el mayor número de gente. Las embajadas de los paises europeos eran menos atractivas, sea porque se sabía que no existían acuerdos de asilo, sea porque todos esperaban de estar en un país lo más cerca posible de Chile, en vista de una esperada próxima vuelta, y la lejana Europa inspiraba temor.
Naturalmente todos hicimos uso de este teléfono: saltar el muro de recinto de la embajada no era una empresa imposible, con un poco de ayuda. Y los “huéspedes” empezaron poco a poco a aumentar. Cada mañana el consejero salía del auto en la plazoleta de guijarros frente a la entrada y contaba desolado los recién llegados, despuès daba disposiciones a la cocinera, la única persona, además de nosotros, presente, por lo menos de día, en la residencia, de aumentar las compras. Despuès uno a uno anotaba los nombres y escuchaba los cuentos.
En un comienzo respectamos disciplinatamente las reglas que nos habían impuesto y nos amontonamos en el subsuelo. De toda manera, apenas despiertos, salíamos todos al parque, dotado también de una gran piscina, y no volviamos a entrar adentro hasta la noche. No queriamos ningún privilegio, por lo menos la mayoría de nosotros, ni siquiera yo que era la única italiana y que había estado empleada por el estado italiano. Hasta recuerdo que, cuando finalmente pudimos partir, hize que mi hermano mandara la plata de los pasajes para mi familia, ya que no quería “estar a cargo de los trabajadores italianos”. Terminò que nosotros del subsuelo casi desarrollamos un senso de aristocrática exclusividad, a la Mayflower, y mirábamos con cierta suficiencia los recién llegados que trataban de obtener lugares para dormir en las partes ”nobles” de la residencia. Cosa que por otra parte se hizo inevitable cuando fuimos nás de un centenar. La cocinera llegaba cada mañana doblegada bajo el peso de los sacos de arroz, porotos y lentejas, cada mañana venia informada por el funcionario del numero de los recién llegados y se ponía a cocinar.
Constituimos rápidamente turnos de cocina, de limpieza de los baños, de lavaje de los platos. Para hacerlo, eran necesarias reuniones que terminaron por ser cotidianas, a las tres de la tarde. Eramos todos de izquierda, de todo o casi todo el arco de los partidos que habían apoyado a la Unidad Popular (con excepciòn del MIR que había dado la orden a sus militantes de continuar la lucha y de no refugiarse en las embajadas). En estas reuniones todavía se dicutía exclusivamente de lo que tenía que ver con la vida corriente o, de la situación general, de los aspectos que podían influir directamente sobre nosotros. Por una especie de instinto de supervivencia, evitábamos análisis políticos más generales que, en una asamblea con tantas diferentes afiliaciones políticas, solamente habrian creado tensiones y sentidos de culpa.
En una de estas asambleas, bastante atestada, El Gordo usó, para definirnos, la colorida expresión chilena ”nosotros que estamos apretando cachete”, vale a decir, aproximadamente, nosotros que estamos escapando. Se levantò un clamor frente a esta definición injuriosa ”…te estaràs escapando tu, para nosotros esta es una retirada táctica, etc etc”. El Gordo entonces estallò “…afuera todavía se combate, si quieren combatir, salgan de aquí. En cuanto a mí, estoy aquí para salvar mi vida y la de mis familiares…” Esta frase nos hizo muchos enemigos pero también muchos amigos y favoreciò la creaciòn de un subgrupo cuyo particular tipo de realismo era él de reconocer que la derrota había sido total y de larga duración.
Es dificil, en ciertas situaciones, no perder la brújula, ser realistas. Para ser realistas, es necesario tener elementos para interpretar la realidad, puntos de referencia para prever su evolución. Todo esto nos hacía falta. Ya no teníamos el apoyo de nuestras profesiones, de los compañeros de trabajo, de las familias, de los amigos, el apoyo de una prensa confiable, la seguridad que dan los lazos familiares. Todos nuestros puntos de referencia habían cambiado en pocas horas, teniamos una idea de lo que estaba pasando pero no podíamos prever su extensión o su duración. Solamente el presente era realmente importante.
Nos defendiamos frente a esto lo mejor que podiamos. Cada persona nueva que “saltaba el muro” era una preciosa fuente de información paar tener noticias de los compañeros, de los amigos, de la situación de un partido determinado, del difundirse, del indurirse y del precisarse de la represión. Cada llegada era una historia, a veces ingeniosa, a veces dramática, de como habían logrado escaparse y refugiarse en la embajada. Las olvidábamos todavía inmediatamente, estas historias, excepto algunas, particularmente ingeniosas o trágicas, absorbidos como éramos en nuestra nueva cotidianidad que era la vida en la residencia, los turnos de limpieza y de cocina, los diferentes cursos para preparar. Eramos en purgatorio, pero era un purgatorio muy especial, porque las puertas que daban al infierno todavía estaban abiertas y no había ninguna garantía de no volver a caer adentro y, por otra parte, el paraíso, Europa, no era para nada atrayente, para la casi totalidad de nosotros era un territorio desconocido, lleno de incógnitas y de amenazas.
Entonces había quienes se defendían haciendo como que no hubiera pasado nada: la estadía en la embajada era solamente un episodio de su vida de militantes, hacían reuniones, analizaban, organizaban.
SALTANDO EL MURO
De una de las “historias” de los recién llegados tengo todavía un recuerdo nítido: era un profesor de literatura que había saltado el muro y contaba de haber asistido pocas horas antes al entierro de Neruda. Había poquísima gente detrás del ataud, los familiares más cercanos, militares. A poco a poco, a lo largo de la gran avenida que lleva al Cementerio General, empezò a salir gente de las calles laterales y se unieron al cortejo, en silencio. Eran muchos cuando llegaron a la tumba. En silencio fue bajado en tierra el ataud. Y allì una voz gritò: “Compañero Pablo Neruda, presente”. Lo repitiò dos veces, a la tercera cambió de nombre:
”Companero Salvador Allende, presente”, despuès hubo un rapidisimo “Ahora y siempre” y la fuga hacia las rejas.
Entretanto el rumor de lo facil que era saltar el muro había llegado al oido de todos, militares incluidos. Fueron puestas sentinelas a las rejas y a las esquinas del largo muro de recinto. Esto complicò apenas un poco la operación. No era muy dificil, especialmente con la ayuda de la gente de adentro, de llegar rapidamente en auto, trepar sobre el muro de menos de tres metros de altura con la ayuda de alguien y despuès saltar del otro lado. Una noche probò a hacerlo la doctora T.,una señora de mediana edad y de una cierta pinguosidad. Los compañeros la ayudaron a salir sobre el muro y, viendo que la sentinela estaba por dar vuelta a la esquina, la hicieron caer del otro lado con un empujón. La pobre doctora, que nada en su vida precedente había preparado a estos ejercicios acrobáticos, quedò agazapada entre el follaje, no sabiendo si habia militares también al interior del recinto, por un tiempo que le pareció interminable, hasta que se sintiò iluminar la cara por una linterna de bolsillo y una voz le preguntò: Que hace allí, compañera? Al oír el apelativo familiar, abrazó al compañero llorando.
Eso de la linterna de bolsillo y de la exploraciòn del parque era una de las últimas decisiones tomadas en la asemblea cuotidiana. Los ”saltamuros” eran en continuo aumento y muchos temían que, entre los fugitivos, también saltara algún provocador o algún infiltrado. No era un temor injustificado: pocos días despuès de la partida del primer grupo, fué lanzado por encima del muro de la residencia el cadaver de una joven mujer torturada que era la compañera de unos de los dirigentes del MIR. Solamente la firmeza del personal diplómatico italiano logrò evitar un desastre, ya que la administración militar sostenía que había sido matada en un ajuste de cuentas o en una orgia en la Embajada. Se había entonces nombrado un comité de vigilancia con la tarea de recorrer a intervalos regulares el jardín y de someter despuès los recién llegados a interrogatorio, en colaboraciòn con los responsables de los varios partidos, para controlar si sus historias fueran verdaderas u inventadas. Después de algunos días todavia, se produjo una rebelión de los recién llegados que se negaron a contar sus historias y a conseñar sus documentos a personas que, frente a ellos, solamente tenían el privilegio de la ancianidad de estadía. Pero no todos saltaban el muro. Muchos,a la agilidad, preferieron la astucia. Un día se presentò a la reja un senor vestido correctamente de negro con una cartera hinchada de papeles y empezò a inveir contra los desgraciados y los irresponsables que estaban allí adentro. Era notario y su clienta, sabiendo que su marido estaba allí, exigía una inmediata separación de bienes. El soldadito de guardia abrió la reja al “notario”, como siempre fue llamado despuès. No volviò a salir.
Para algunos, hay que reconocerlo, era más dificil que para otros aceptar la situación de comunismo primitivo que se habia creado en la residencia. Una vez de noche tarde fuí a la cocina para calientar una mamadera y vi, sentado a la esquina de la gran mesa, precisamente al ”Notario” que adentellaba un grueso bistec. Carne no la habiamos vista por semanas, ni adultos ni ninos, sea por el precio que por la dificultad de conseguirla. El Notario evidentemente habia sobornado la cocinera. Viéndome se sonrojò y yo me sonrojé de vuelta, por aquél sentimiento que los chilenos expresan tan bien con la expresion “por verguenza ajena”. Volví a ver a menudo al Notario en seguito en circustancias muy diferentes pero aquél bistec me quedò grabado en el cerebro.
Que todos nosotros que estabamos allí hubieramos compartido, con mayor o menor compromiso, el sueño ambicioso de construir un mundo más humano y más justo no nos hacía automáticamente mejores de los demás y a menudo usábamos las referencias a los grandes valores para justificar nuestras debilidades.
Todavía estos valores, que eran lo que teniamos en común y que nos unia, más allà de las diferencias de orientaciòn política, de clase, de educación, de caracter, nos ayudaron a transcurrir de manera humana y decente, amontonados a centenares en las pocas salas de la embajada, el periodo que nos tocò vivir allí. Gracias a los valores de la solidaridad, de la protección de los más débiles, de la justicia, del rechazo de los privilegios logramos, de hecho, por dos meses, con los turnos de limpieza y el compromiso de los que tenían nociones de salud y de higiene, que no hubiera una sola enfermedad, un solo contagio, a pesar del numero elevado de niños, hasta muy pequeños, y el regimen alimenticio bastante pobre, por necesidad.
A pesar de que la mayoría de nosotros tuviera afuera parientes, amigos, compañeros , hijitos pequeños y padres ancianos por cuya incolumidad viviamos preocupados, a pesar de que el futuro fuera una incognita y el presente fuera suspendido en la incertidumbre, a pesar de que día y noche escucháramos los helicópteros de los militares sobrevolar el techo, a pesar de que hubiera la presencia permanente de los militares a lo largo del muro y a las rejas, a pesar de que, en el arco de la izquierda, pertenecieramos a las orientaciones más diferentes, socialistas, comunistas, católicos de izquierda, radicales, nunca hubo una pelea grave y hasta los pocos choques provocados por la tensión de los nervios y algunos vasos de vino siempre pudieron ser calmados por la rápida intervención de los compañeros.
Habia habido, en los primeros días, una reunion dirigida a las mujeres, a las madres en particular, para decidir todo lo que tenia que ver con la alimentaciòn y la higiene de los pequeños. Una compañera propuso que los niños no fueran solo a cargo de las madres sino que todas las mujeres presentes, por solidaridad, compartieran el peso (de compartir este “cargo” con los hombres, todavía no se hablaba, en aquellos años, entre los bien llamados “machistas-leninistas”). Una joven mujer expresò una opiniòn violentemente contraria, en nombre de todas aquellas que, sus hijos, habían tenido que dejarlos afuera. Era por lo demás una discusion académica. Todos en realidad competían para estar con los niños y mi hija, entre las siete de la manana y las once de la noche, cuando estaba en el parque, yo la veía solamente cuando debía amamantarla o darle la mamadera. Era la muñeca preferida de las tres pequenas brasileras, cuando no la encontraba, en el fondo del parque en su cochecito desvencijado, empujada allí por el viejo Frati, un viejo comunista brasilero que se la llevaba consigo y se ponía leer a su lado, deteniéndose de vez en cuando a contemplarla.
Un día corriò el rumor que había llegado un huesped de consideración, que había sido instalado en una de las piezas de los pisos superiores, porque había sido herido en combate, no recuerdo ahora si en la espalda o en la pierna. Llevaba consigo un revolver. De toda manera de la herida despuès de algunos días no se hablò más. Era alto y rubio, sacerdote o ex-sacerdote y se llamaba Silvano Girotto, apodo Fratello Mitra. Despuès de algunos días lo alcanzò una joven amiga. Despuès de su llegada se produjeron hechos extraños: aparecieron en las primeras páginas de los diarios italianos foto a toda página de Fratello Mitra, con su buena pesada cruz al cuello y un mitra en la mano, en el medio de un gruppo de minúscolos campesinos bolivianos. Nos confermò regocijado que había comunicado él a la prensa su presencia en la embajada. Entre nosotros estaba también un joven boliviano que, cada vez que se encontraba con Fratello Mitra lo asaltaba con malas palabras (y también, una noche, con trompadas). En su decir, cada vez que un pueblito boliviano recibia la visita de Girotti, pocos dias despuès aparecían los militares. Girotti, por su lado, afirmaba a qualquiera que quería escucharlo que conocía muy bien a aquél boliviano y que era un infiltrado. Teniamos, sobre Fratello Mitra, opiniones diferentes pero, en general, la aureola de heroismo que lo circundaba y su ansia de publicidad suscitaron más bien desconfianza. Que además, recién salido de su cama de tormentos después del combate y la herida, se hubiera puesto unos calcetines color lavanda en la misma tonalidad del foulard que llevaba al cuello, constituyò para algunos de nosotros un ulterior motivo de perplejidad.
Aproximadamente en correspondencia con la llegada de Silvano Girotto se había endurecido la campana del cuotidiano de orientación filogobernativa El Mercurio contra los huéspedes de la embajada. Fotos tomadas por los helicópteros nos mostraban, algunos en traje de baño, algunos hombres con el torso desnudo, a los bordes de la piscina. Se hacían alusiones a orgias que tenían lugar en la residencia (esta asociación orgias/izquierda era una verdadera idea fija). A muchos les daba ganas de reir. Por no hablar de la disposición de ánimo, las condiciones logísticas no favorecían este tipo de actividad. Hasta las intimidades más lícitas, en aquel sovreagolpamiento de gente, con turnos de hierro para el baño, eran imposibles. Una joven pareja chilena cometiò la imprudencia de alargar excesivamente el tiempo reservado para la ducha. El titular del turno siguiente, indignado, abriò la puerta con un empujòn y los descubriò desnudos abrazados de piè en la tina. Desde aquél entonces los llamaron ”los paraguayos”, por la predilección que este pueblo tiene, dicen, por esta posición erótica. A otros la campaña denigratoria del Mercurio no daba ganas de reir: podía ser el primer paso para justificar una irrupción de los militares en la residencia.
Tomamos disposiciones para el caso que asi sucediera y lo que recuerdo ahora con nitidez, y con una cierta maravilla, es la calma, la tranquilidad con la cual, aúnque muchos entre nosotros tuvieran con sigo hijos pequeños, esposas, esposos, compañeros, compañeras, analizamos la posibilidad de ser masacrados en masa o llevados quién sabe donde, y la manera mejor de dar una valencia política a este fin. Quizás porque la vida en la embajada era una vida relativamente normal en una situación general de total anormalidad, esta mezcla de seguridad y inseguridad, de rutina cotidiana y de amenazas incombentes nos marcaba, en mayor o menor medida, a todos. O quizás porque la muerte, los incidentes, también en la vida más tranquila, son una eventualidad siempre presente, de los cuales uno està consciente pero en los que no piensa, como el fumador no piensa en el cancer a los pulmones, creyendolo muy lejano. Para nosotros hasta el día siguiente parecía muy lejano, solo el hoy era real.
Todavía, la presencia de tantos niños, de tantos jóvenes, el mismo calido sol de primavera, hacía que no siempre la atmósfera fuera de tristeza, todo al contrario. Contribuía mucho también aquella maravillosa capacidad del pueblo chileno de reirse de todo y especialmente de las tragedias, de encontrar analogias entre los fenómenos más imesperados y expresarlas en un lenguaje corporeo, sabroso, casi rabelaisiano. Hubieron, en aquellos dos meses, más risas que llantos.
Entre los ”huéspedes” de la embajada había un joven argentino con el cual hicimos amistad. Había reconstruido en el camerón de seis camas en el subsuelo donde dormia, con la ayuda de sábanas colgadas a hilos, aquél elemento indispensable de la vida de Buenos Aires que es el boliche. Algo como el bar de la esquina. Nos invitaba formalmente de vez en cuando, cuando había logrado conseguir, no sé por cuales caminos, una botella de whisky, a tomar una copita en el boliche y estabamos sentados, nosotros pocos elegidos, quién en el piso, quién sobre el borde del colchón, mientras las sombras de los excluidos pasaban discretamente detrás de las sábanas.
La presencia de soldados a las rejas y alreredor del muro de recinto no había comportado solamente inconvenientes, según el parecer del algunos. Eran en la mayoría soldados de leva, muy jóvenes, y a menudo no insensibles a los pedidos de los residentes. Se trataba de trabajarlos, trabar amistad con ellos y un elemento llave para este trabajo de conquista eran los niños chicos. Si uno no tenía propios, se tomaban prestados. También sobre esta ”fraternización con el enemigo” habia habido diferentes puntos de vista. Yo pertenecía al grupo que no quería contactos pero mi hija, ignara, fue superutilizada en aquellos días y yo tenía a menudo que mandarla a buscar a las rejas si quería cambiarla o darle de comer.
No faltò la parte cultural. Quién sabía cencerrear un instrumento musical lo hacía y hubo hasta un concierto de piano, una tarde, en un salón con muebles forrados de satin en el piso superior, donde se interpretò para nosotros “Für Elise”. Eramos numerosísimos a escuchar, sentados en el piso o sobre los escalones que bajaban al jardín, y creo que, despuès de doscientos años, reacquiriò por un dia la frescura original.
Entre tanto, continuaban las gestiones por parte de los funcionarios de la Embajada para consentir a un primer grupo de dejar el pais.
El consejero convocò a todos a una reunión informativa. Las dificultades, dijo, no existiendo un acuerdo de asilo, eran enormes. Habian entonces decididido de inviar una primera lista con los nombres más aceptables para la administraciòn militar: los ciudadanos italianos, naturalmente, y sus familiares, los niños y finalmente los menos “cargados”. La decepciòn provocò una tempestad de protestas. Pero si eran justamente los más ”pesados” que necesitaban salir. Con la protecciòn apunto del hecho que había ciudadanos italianos. No era acaso un gran riesgo dejar en la embajada solamente los más buscados?
El consejero todavía no se dejò convencer: Si sale un primer grupo, al cual es más dificil decir que no, se va abrir camino para otros grupos. Los hechos probaron que era un buen razonamiento, aúnque que algunos tuvieron que quedarse un año en la residencia. Fue el momento en el cual muchos se arrepintieron de haber sido demasiado explícitos o quizás demasiados coloridos en la descripciòn de su situación y naciò una cierta frialdad entre el grupo de los elegidos y el de los excluidos. Nos dijeron también que el salvoconducto podía llegar de un momento al otro y que nos mantuvieramos listos.
La leve euforia creada por la noticia de la partida no durò mucho. Un funcionario de la embajada convocò una reunión para informar los que partían sobre la situación que los esperaba en Italia. Yo hacía de interprete. No fue un cuadro alentador: no había equivalencia de los títulos de estudio, el mercado del trabajo era dificil, la situación de la vivienda aún peor, subsidios económicos no eran previstos. Todos salieron capizbajo. El Gordo tratò de reanimarlos: ”Vamos, companeros, los exortò, non es para pedir una beca que entramos aquí… Vamos a salir adelante…”. Y siguieron las clases de italiano que había iniciado a impartir ya desde mucho tiempo y que eran frecuentadísimas, no solamente por aquellos que entendían quedarse en Italia sino también por aquellos, numerosísimos, que continuarían el viaje hacia otros países. Finalmente fué anunciado el día de la partida.
LA PARTIDA
El último día se permitieron visitas de despedida y los que tenían a su familia cerca y la podían llamar sin riesgos aprovecharon de esto. Vino la abuela chilena a decir adiós a la nietecita. Era una mujer menuda, con una mirada muy dulce y un caracter de acero, poco propensa a los sentimentalismos y con un inquebrantable, a veces irritante, optimismo. Nos había traido, además de galletas para el tè, una bolsita de almendras de nuestro jardín y más bolsitas llegaron despuès regularmente con cualquiera que viajara a Europa.
Tenía setenta años, nunca había salido de Chile y este encuentro nos pareciò el último. Nos comunicò que nos volveriamos pronto a ver y que la nietecita le haria conocer Paris. Este sueño que parecía tan poco realista se averò en gran parte, un ejemplo para manual de la potencia del optimismo de la voluntad: viò crecer a la nietecita, conociò Paris, Atenas y Moscù, y muriò más que nonagenaria.
La ultima noche, hubo una velada de despedida. Hubo botellas de vino, guitarras y, por la primera vez en aquellos dos meses, cantamos todos los cantos que habían acompañado aquellos mil días: Victor Jara, Violeta, pero también los cantos de la guerra de España, de los partisanos. Cuando se oyeron los tonos melancólicos de ”Esta vez no se trata de cambiar un presidente/ más vamos a construir un Chile muy diferente…” pocos ojos quedaron secos. No sé si se conmovieron también los dos funcionarios de la embajada que aquella noche estuvieron con nosotros pero se quedaron, de toda manera, hasta las primeras horas de la mañana.
Todas las tensiones, ahora, estaban olvidadas, y el sentimiento dominante era la melanconía de la separación, la incertidumbre frente al futuro, el recuerdo de los sueños perdidos.
La manana despuès nos hicieron ponernos en fila, nosotros que ibamos a partir, frente a la reja. Afuera había un despliegue de militares, el autobus verdegris que nos iba a transportar y dos autos de escolta. Había también un grupito escuálido de amigos y parientes. Nos dijeron de salir uno a uno, cada uno llevando su propria maleta. El Gordo quizo tomarme la maleta ya que yo llevaba la niña pero no se lo permitieron. Los militares estaban nerviosos e irritados. Cuando estuvimos todos sentados en el bus, los compañeros amontonados detras de las rejas empezaron a cantar La Internacional. El autobus se moviò en dirección de Pudahuel. Afuera, el tráfico, la gente ocupada en sus quehaceres, las tiendas. Todos miraban en silencio, por las ventanillas, las calles de su ciudad.
En el aeropuerto nos hicieron pasar por una pieza donde uniformados, visiblemente molestos y con modales prepotentes, controlaron nuestras maletas y nos pidieron los documentos de viaje, que la mayoria de nosotros no tenía.
Mostré mi pasaporte. El oficial me preguntò si tenía un documento de identidad chileno. Lo despedazò. “Usted en Chile no va a poner nunca más el pié…”. Estaba equivocado, por lo demás. Volví dos veces.
Nos hicieron subir por últimos en el avión, despuès que se habían sentado los pasajeros “normales”, agrupandonos en los asientos del fondo. Junto a nosotros subieron también dos caballeros con traje parecido que ocuparon los asientos cerca de la salida posterior..
Vimos Santiago achicarse, el escenario blanco de la Cordillera, la llegada a Buenos Aires, casi sin intercambiar palabra. En Buenos Aires nos encerraron en un camerón sin ventanas y sin aire, con un solo retrete, y un teléfono vigilado por un guardia. El aire estaba pesado y renuncié a llamar mi hermano menor que vivía allí.
El viaje de Buenos Aires a Roma, que debe haber durado al menos una docena de horas, no recuerdo nada. Se que estaba en el asiento del medio, la niña dormida en mi regazo, con el Gordo que miraba obstinadamente por la ventanilla y Fratello Mitra, al lado del pasillo, poco conversador, a diferencia del sólito. Tengo la impresiòn que la azafata me despertara implacablemente cada dos horas para darme una bandeja de comida. Teníamos que hacer escala en Milan pero, con la solita neblina de noviembre, Linate estaba cerrado e hicimos una escala técnica en Turin. Nos advirtieron que nos quedariamos allí parados una media horita para llenar los tanques. Y, me imagino, para cargar aún más de aquellas terribles bandejas. Nos estiramos las piernas, intercambiamos algunas palabras con los amigos sentados lejos. Los únicos que no se movieron, en los asientos a la izquiera de la salida posterior, fueron los dos caballeros con el traje parecido. Empero se habian quitado la chaqueta. Vino la orden de sentarse y volver a atar los cinturones de seguridad, las azafatas también se sentaron, empezaron a levantar la escalerita posterior cuando Fratello Mitra se levantò de un salto diciendo:” Pero que voy a hacer a Roma? Yo soy de Turin. Me bajo aquí”. Y se lanzò corriendo por la puerta abierta. Nos dimos vuelta para mirar. También los dos caballeros con el traje parecido se lanzaron a tierra, dejando sus jaquetas. Despuès de unos pocos minutos, el avión se levantò. La significaciòn completa del episodio la intendimos solamente algunos meses despuès, cuando saliò en todos los diarios la noticia de la arrestaciòn de Renato Curcio, uno de los jefes históricos de las Brigadas Rojas, que había abandonado su refugio clandestino por la curiosidad de presentarse al encuentro que le había propuesto Silvano Girotti. Era una celada. Fratello Mitra habia avisado la policía. Quizás, aquél día en Turin, habia tentado de substraerse a un destino anunciado.
En Roma, bajamos en la pista y nos agrupamos como pollitos, sin atreverse a movernos, esperando ordenes, mientras que los pasajeros ”normales” se alejaban.
Nos hicieron subir despuès sobre un bus especial que nos llevò a la sala de los VIP. El steward que nos había acompanado se fuè y nos quedamos allí esperando no se sabe bién qué, cuando de improviso la sala se llenò de periodistas y de fotografos. Era el primer avión de refugiados que llegaba de Chile, éramos una atracción. Nadie quería fotos así que los fotografos tuvieron que contentarse de una foto de todos los niños. La vimos el día siguiente en la primera página de Paese Sera: una decima de caritas bronceadas y una sola compañera en el medio con mi hija, la màs chica del grupo, en brazo.
Los fotografos se alejaron y nos quedamos de nuevo solos. Despuès, desde el fondo de un largo corredor desierto oimos acercarse un ruido de pasos apurados y apareciò un hombrecito ansimante, sonriente, emocionado, representante de ya no se cual organizaciòn de solidaridad, gritando: Bienvenidos, compañeros, bienvenidos en Italia! Nos distribuyò diarios que anunciaban nuestra llegada. Leimos que se empezaba a hablar del compromiso historico entre el Partido Comunista y la Democracia Cristiana.
Nos condujo a un autobus que nos llevaría al hotel donde nos habían reservado piezas. Cuando el autobus redujo la velocidad a un semaforo, vimos una inscripción gigantesca trazada con pintura blanca sobre un muro: “Giacarta, Santiago, che batosta compagni!”
Era la noche del 17 de noviembre del 1973.